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Desórdenes Alimentarios

Desórdenes Alimentarios: Anorexia y Bulimia

Para afrontarlos, es esencial saber identificarlos y entender su desarrollo y funcionamiento.

Son procesos complejos en el que se entrelazan factores psicológicos, familiares, sociales y físicos. De acuerdo con su función en la aparición del trastorno, se los clasifica en factores de vulnerabilidad, desencadenantes y de mantenimiento.

Los factores de vulnerabilidad son aquellos que generan un campo fértil para el desarrollo del trastorno alimentario. Pertenecen a este grupo factores socioculturales tales como la presión social para ostentar una imagen impecable y exitosa, y una variedad extensa de prejuicios que tienden a instalar trastornos psicológicos de todo tipo, entre los que se destacan los trastornos alimentarios.

Influyen también factores familiares: la sobreprotección, la ausencia de límites, el ejercicio de funciones paternas por parte de los hijos, el abuso sexual o físico, la mala comunicación, la sobreexigencia por parte de los padres, episodios de depresión o alcoholismo en la familia y la incapacidad para afrontar y resolver conflictos en el seno familiar.

A esto se suman factores individuales tales como la baja autoestima, la dificultad para madurar, el perfeccionismo, y una marcada falta de autonomía. En este contexto adverso, hay determinados hechos que pueden precipitar el comienzo del trastorno. Se los llama factores desencadenantes y responden a la pregunta de cómo, por qué o cuándo se generó. El trastorno alimentario puede ser desencadenado por una situación de cambio, no necesariamente negativa, por actitudes obsesivas en relación al peso o al cuerpo, o por seguir una dieta extrema.

Una vez instalado el trastorno hay un tercer tipo de factores que lo sostienen: los de mantenimiento. Son todas aquellos actos con los que se pretende solucionar el problema pero que, al no resolverlo, generan una sensación de impotencia y lo cronifican.

Los atracones y las purgas son, por ejemplo, en la Bulimia, conductas que no hacen más que realimentar el trastorno. Se los ve como un medio para calmar la culpa y compensar «el error» de haber comido demasiado, pero sólo acrecientan el problema. Son el último eslabón de un círculo vicioso del que resulta difícil escapar.

Los efectos fisiológicos y psicológicos de un trastorno alimentario contribuyen a su vez a su afianzamiento. La debilitación física y el menoscabo de la autoestima no hacen más que anular los recursos con los que antes contábamos para encontrar solución a los conflictos.

PATOLOGÍA DE CONTROL

Si bien los factores que influyen en el desarrollo de un cuadro anoréxico o bulímico son variados, uno de ellos merece un análisis especial puesto que se lo advierte, sin excepción, en todos los casos: la patología de control. Así como no hay gripe sin virus, no hay anorexia o bulimia sin patología de control.

Quienes desarrollan un trastorno alimentario de este tipo tienen la creencia equivocada de que pueden controlar el hambre y de que hacerlo es la única manera de llegar a un peso ideal. Con esta creencia de base, las personas que los padecen comienzan a recorrer un círculo de control-descontrol que nada tiene que ver con una buena figura. Sí, en cambio, con una enfermedad.

Todo comienza cuando intentan ejercer un control absoluto sobre sus conductas alimentarias. La comida pasa, entonces, a ser el foco de toda su atención y energía. Como el control del que se creen capaces es en realidad una tarea imposible, terminan sufriendo una terrible desilusión; y el fracaso los lleva a preguntarse si aquel mecanismo es la solución correcta. Acaban por convencerse de que el control ha sido insuficiente y que deberán redoblar sus fuerzas para que resulte efectivo. Ya algo frustradas, pero con la intención firme, se embarcan en un nuevo intento que lleva a nuevo fracaso. Es así como se comienza a transitar el circuito de control-descontrol patológico. Se responde al fracaso con esfuerzos mayores y renovados, seguidos por otro fracaso más. Las personas sumergidas en este círculo se encuentran cada vez más atrapadas y enfermas. Los ejemplos más claros de estos intentos desesperados de control son los vómitos, las purgas y el ejercicio físico extremo a los que se someten para «reparar» lo que creen que debieron haber controlado mejor. Están en plena lucha consigo mismas, y muchas veces ni siquiera son conscientes de ello.

Esta paradoja se ve también reflejada en la respuesta del cuerpo. Las purgas o vómitos inducidos interrumpen el proceso natural de la alimentación que finaliza con la disminución del apetito: el cuerpo queda desbalanceado químicamente y por lo tanto «insatisfecho». Por otro lado opera la creencia de que es posible «anular» lo que se ingiere y esta idea habilita a comer descontroladamente. El resultado es un cuerpo necesitado de alimento y una invitación a saciarlo, dejando entonces el campo preparado para el próximo atracón.

Si miramos el proceso completo, controlar el apetito es ineficaz tanto en el ámbito físico como en el psicológico-conductual. Transcurrido un tiempo, el grado de malestar e inquietud comienza a amenazar la esfera emocional del paciente, menoscaba su autoestima, genera auto rechazo, vergüenza y culpa. También instala un profundo sentimiento de pérdida del dominio: la persona no se siente autora de lo que le pasa, cree que es algo ajeno a ella y que no tiene nada que ver con el modo en que ella piensa, siente o hace las cosas. Esta sensación dificulta cualquier intento por buscar otras posibilidades.

PENSAMIENTO MÁGICO Y CONDUCTAS ASOCIADAS

¿Por qué, entonces, parece ser tan viable controlar el apetito? De hecho, es el recurso seguido por todas las personas que desean bajar de peso. Es la fórmula mil veces repetida de la dieta mágica que todos quieren hacer pero nadie puede cumplir. ¿Por qué las dietas nunca logran sus objetivos a largo plazo? ¿Por qué siempre es necesaria una dieta nueva que, «esta vez, sí» va a ser efectiva? Justamente porque el control de la alimentación es algo poco real o poco sostenible. Es por eso que persistir en una solución incorrecta acaba convirtiéndola en el problema y, con el tiempo, en la enfermedad misma.

Controlar el hambre es una lucha en la que llevamos las de perder siempre. El hambre es parte de la realidad y es algo que, como tantas otras cosas, no podemos erradicar por mucho que nos pese. El hambre, el sueño y la respiración son procesos naturales y espontáneos que cumplen la función ecológica de conservar nuestra vida, y el intento de controlarlos sólo contribuye a su disfunción, a enfermarnos. Esto no significa que haya que entregarse al deseo de comer y satisfacerlo de manera irresponsable. La idea es aclarar nuestra posición frente a la alimentación, volver a la fuente, reconocer y aceptar que el hambre tiene una función vital a la que debemos responder: la nutrición del cuerpo.

DISTRAER LA ATENCIÓN Y ANULAR LAS EMOCIONES

Hablar de la patología del control es esencial, pero no llega a ser suficiente para entender el problema. Ya mencionamos la complejidad en la trama de esta enfermedad psicológica.

Nuestro objetivo es brindar información que permita observar y reflexionar sobre el control arbitrario que se suele ejercer sobre la alimentación, y cuestionarlo. Tomar conciencia de sus efectos y ayudar a que podamos volver a percibirnos partícipes responsables de los que nos sucede, para recuperar el sentimiento de dominio y sentirnos capaces de encontrar solucionas más cercanas a la realidad y a nuestros objetivos personales. Soluciones que posibiliten nuestro crecimiento, reconociendo todas nuestras emociones asociadas a las situaciones conflictivas y que permitan recuperar nuestra apertura y fortaleza.

La experiencia clínica nos muestra que todos tenemos los recursos necesarios para producir cambios profundos y revertir situaciones que parecen insalvables. Hoy contamos con técnicas terapéuticas capaces de brindar soporte para transitar el camino de la recuperación.

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